martes, 13 de enero de 2009

Monjas lesbianas: se rompe el silencio


Así mismo, sin más preambulos, se presentó hace años un libro destinado a hacer las delicias de aquellas de nosotras que, jóvenes, confundidas, experimentadoras, atrevidas, flirteabamos con el amor lésbico. No llegué nunca a leer aquella pieza de literatura documental, casi de acertada diseción antropológica digna de Levi-Strauss, pero me parecía tan obvia la existencia de amores amparadoas al abrigo de los hábitos que creí saber el contenido sensualmente mischievous de aquellas páginas de mujeres sudorosas, húmedas al contacto de otra saya, de otras féminas manos entrelazando cruzifijos, manos, chichis y pasión.
Claro que lo que queria una decir es que ayer mi gran amiga Luteznia de la Rioja Alta y Baja y su hermana la condesa aventurera Doña Oliveria Reinares Tres Indias y Japón estuvimos felizmente reunidas a mi petición. Era asunto clave el tratado en aquella reunión: nosotras, las mujeres modernas, aunque raramente mencionado y menos veces admitido también somos arrastradas por las presiones espirituales, pasiones tales de las que tanto saben las monjas lesbianas como los monjes maricones. Estas necesidades del alma llevan acechando mi salud mental y estética desde hace ya años: siempre consideré retirarme a un monjasterio al final de esta mi increiblemente interesante vida de mujer cosmopolita. La principal decisón a tomar, aquella a la que no he querido nunca enfrentarme y que me plantea los más serios problemas logísticos y estéticos, sería aquella relacionada con la ubicación de aquel lugar donde, tras largos años de sosiego, torrídos amorios seglares y civiles tras sayos y hábitos franciscanos o dominicos, contemplaciones infinitas de la belleza del Creador, y otras espirituales, y no tanto labores y tareas, entregada como digo al placer del amor compartido en bello paisaje habría de pasar mis últimos otoños y veranos. ¿Volvería al exilio de las tierra que vieron pensar a Guillermo de Ockham?, o acaso fuese mejor buscar otras tierras más cálidas como aquellas preferidas por Santa Quiteria, o quizás más calidos y deserticos parajes cuan aquellos que inspiraron a Santa Mónica.
Porque una mujer de mi condición, tan caritativa, puede y debe llevar al extremo su condición de buena y santa mujer. Sabedora de mucho y habladora de poco. Por otra parte quizás mi labor evangelizadora del buen gusto y el saber deba proseguirpor un tiempo indefinido entre estas huestes de aborrecibles personajes de la ciudad capitalina.
Liébana se me ha antojado siempre como un buen destino para el último reposo de estos hermosos huesos. Que sea Santa Marina de Antioquia quien decida el rumbo de esta humilde y bellisima servidora.

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