

Tras ello y al despedirme de mis amigas me dirigí rauda, piripi y jovial al vals de mi amiga Renata. Es Renata una mujer cultisima: pianista, profesora de universidad y gran conocedora del mundo antiguo. Como veis en este retrato modernista sus gafas la delatan como a una policulta que nos deleitó con sus buenas maneras de anfitriona, y no, no recurrió al truco facilón y hortera de los Ferrero Chernel, sino con unos deliciosos cócteles de naranja y unos frigoles preparados por una de tantas exiliadas cubanas. A mi me parecian alubias de Tolosa pero la indígena insistía en que eran de su tierra natal cubana. Eran alubias de Tolosa las mirases por donde las mirases. Estaban deliciosas. El vals fué entretenidísimo, sobre todo cuando la delegación de estudiantas yankis desaparecieron de escena y nos quedamos las mujeres más bellas de Madrid bailando, charlando y cambiando impresiones (despellejando) acerca de la vida y del amor. Unas cuantas éramos las fundadoras del club de fans de Antonio: todas teníamos en común la particularidad de haber compartido el lecho con él. Y éramos cinco las damas allí arremolinadas.
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