miércoles, 18 de marzo de 2009

Ostbanhof

Berlin me recibió como recibe siempre a sus amadas: adecuandose a su estado de ánimo, reflejandolo en su tinte gris, azul, rosa a verde dependiendo del nivel de endorfinas de la amada. Y yo era una mujer gris. Una mujer negra. Y Berlin no me defraudó.
Apreciamos la belleza teutona en el Reigstag, en los cuerpos altos de los hombres hijos de la limpieza étnica nazi, im Zoo, en el monumento a los Soviets e incluso en los borrachos de lánguida mirada que pululan perdidos entre la magnificencia de la urbe.
Erik Honneker nos hizo compañia durante toda la estancia: decidimos aposentarnos en un hotal de la Stasi.
Y fui feliz de forma gris.

No hay comentarios: