martes, 27 de mayo de 2008

Banquete nupcial

Queridas lectoras, una vez más me siento frente a la pantalla para narraos las dichas de mi vida y las desgracias de mi hábitat. Algunas de vosotras, partícipes en directo de la magna ocasión, sabeis ya que mi amado me invitó a un banquete en mi honor en su palacio. Palacio en sumo grado misterioso, pues el enclave tan sólo lo conocemos él y yo, necesidad imperiosa para proteger nuestra intimidad y decoro. Sabiendo como sabemos todas del pudor y pundonor de mi amado, quedeme gratamente sorprendida, y no por ello menos nerviosa y azorada, al saber de tan fausta ocasión. ¿Que chales y encajes debería lucir?, ¿cual sería el menú?, ¿habría velas y servicio o estaríamos mi amado y yo en soledad amorosa proclive a los despiporres del amor y la lujuria?.
Los nervios me hacian un nudo en el estómago que amenazaban con hacerme aparecer como una necia anoréxica que no apreciaría los manjares presentados a la suntuosa mesa por mi adorado amado.
Pero dado que una señorita como yo es educada y tragona, el miedo inicial se esfumó y mi estómago no perturbó en ningún momento el convite. Enguyendo y platicando como buena invitada, deleitando con mis sonrisas y gestos apreciativos los esfuerzos culinarios de quien posee mi corazón, voló la noche.
Y debo decir que ahora me siento preñada de amor y de tortilla española de ricas tonalidades amarillentas con toques de verde perejil. Avanzando en la tortuosa senda del romance, yo, Solange la Bella, la Bella Solange, me aproximo al altar sibilina y sonriente. Sabiendo, como sé con el paso de las primaveras, que la paciencia es mi mejor aliada -y mi chichi a flor de piel- y el tiempo siempre me ha dado la razón, incluso a regañadientes. Aunque a decir verdad quien más miedo tiene a las arras es Eugene. Una mujer del linaje de las de la Fresange no se rinde nunca. Aviso a navegantas.

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