martes, 22 de abril de 2008

La belleza como obligación

Bien es cierto que siendo favorita de los dioses, hija sempiterna del amor y mujer agraciada por los genes, una servidora no puede por menos que agradecer a Fortuna, diosa y amiga caprichosa, por sus favores. Más aún teniendo en cuenta la presión social y moral, moral en tanto en cuanto una es consciente y sabedora de sus obligaciones para con la Humanidad, a la que nos vemos todas las mujeres bellas sometidas en estos tiempos de crisis, hipotecas y pateras. Nosotras que somos las animadoras sociales del pavimento de esta urbe abigarrada. NO se nos concede a las mujeres esbeltas y guapas el disfrute de la naturalidad con que los cuerpos se deterioran. Siempre hemos de aparacer cuan radiantes hijas del Sol. Perfectas, con arrugas y ojeras pero perfectas. Dichosas aquellas a quien se espetá con desdén cayo malayo, porque de ellas serán las tardes de siesta ininterrumpida y las noches sosegadas en soledad. Soledad de la que disfruté la pasada noche a costa de tiempo con mi amado. Sí, queridas amigas, sacrifiqué tiempo con mi amado para pasarlo en soledad. Tal era la necesidad de asueto solitario que mi alma necesitaba, y mi cuerpo agradecido recompensó esta mañana con la inexistencia de ojeras que adornasen mi rostro, y el beneplácito de mi espalda, resentida por las tardes con mi amor despatarrada en su estrecha chaise-longue. Así pues, hier soire me retiré a leer "Belle de jour" a la temprana hora de las 22.30 y a intentar encontrar solaz en las anadanzas de Severine como hermanastra emocional que la considero. Dormí placidamente.
Eugene, mi amor...aún sacrificando Dune por la lectura francesa te amo con locura. Con locura ha de ser, porque sino, no sé quien te aguantaría mi amor.

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